Carles Puigdemont, el desleal y cobarde President de la Generalitat que se insubordinó contra el orden constitucional y el Estado de derecho, azuzó la rebelión civil, la toma de las calles y la quiebra de la convivencia es el hombre del año 2023 para un medio español tan acreditado como El Independiente.
Seis años después de protagonizar aquel negro episodio de nuestra Historia, sin haber rendido todavía cuentas ante la Justicia, sin mostrar el más mínimo arrepentimiento por el daño causado, pero insistente en la amenaza de que lo volverá a intentar, Puigdemont se hace con una mención generalmente portadora de una carga de ejemplaridad y reconocimiento.
No es el caso. Con la elección de Puigdemont este medio no le concede méritos, si no que constata una indigna y humillante realidad: desde su refugio dorado de Waterloo, Puigdemont es, con el rechazo generalizado de los españoles, el hombre que mueve los hilos de la gobernabilidad de España. Nunca tuvo tanto poder. No lo tuvo en Gerona, donde ejerció de irrelevante alcalde, ni al frente de la Generalitat cuando tomaba decisiones que hundían a Cataluña en la decadencia y fomentaban la división entre los ciudadanos.
Puigdemont ahora sí que manda, lo sabe y en ello se regodea. Comprueba su poder cada día cuando los que le deben el mandato ejecutan prestos -o lo intentan- los infamantes pactos de investidura. Imposible que sea en nombre de España y por la convivencia cuando la puesta en escena del socavamiento del Estado de derecho la domina la imagen de unas urnas símbolo de ilegalidad, humillación y exaltación de un proyecto ideológicamente destructivo. Una ofensa para cualquier demócrata.
Para ser justos, conviene recordar que Puigdemont no sería el hombre del año sin el concurso de un colaborador necesario, en este caso imprescindible. Por ello, me atrevo a sugerir humildemente al Director de El Independiente tenga a bien otorgar este “reconocimiento” ex aequo para que recaiga también en la figura de quien, a cambio de 7 votos, entregó sin contrapartida la llave de la Democracia, orgullo de los españoles desde la Transición.
Sin este sometimiento al dictado de una minoría, respetable pero desleal e insolidaria, Puigdemont habría seguido vagando, hasta su desaparición, por los pasillos perdidos de las instituciones europeas. A lo sumo, se habría llevado los honores en la categoría de prófugo del año, nacionalista del año, paria del año o personaje irrelevante del año.
Pero, no. Hombre del año. Un huido de la Justicia española decide quién y cómo gobierna España porque aquellos que deben asegurar la fortaleza de nuestra democracia han priorizado obtener el poder a garantizar la igualdad entre los españoles, expresamente reconocida en nuestra Constitución. La estrategia del contentamiento y la continua cesión al nacionalismo de los últimos 40 años llevada hoy al límite del otorgamiento de impunidad y privilegios a quienes conculcan las leyes, lo es para mayor escarnio de los demócratas leales que las cumplimos.
El hombre del año odia a España y no alberga otro propósito que destruirla una vez logre arrancar de sus instituciones una salida personal que le permita regresar a Cataluña como un hombre libre, sin culpa ni delito por el que pagar y con la puerta abierta para seguir engañando a sus conciudadanos con un relato imaginario de un país que no existió.
El hombre del año desprecia y señala a los jueces, policías y periodistas que le recuerdan quién es en realidad.
El hombre del año, como buen supremacista, repudia a los españoles por el solo hecho de serlo y porque necesita un enemigo a quien culpar de sus fracasos.
El hombre del año aborrece del Estado de derecho y de la separación de poderes para rendir culto al chantaje, la manipulación y la mentira.
El hombre del año siente aversión por los demócratas y cree ciegamente en una ideología totalitaria y deshumanizante.
No me queda más que desearle una rehabilitación e influencia tan efímera como su república de 8 segundos.
Elda Mata Miró-Sans
Presidenta de Societat Civil Catalana
EL INDEPENDIENTE: El «hombre del año» que siente aversión por los demócratas